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La seducción visual y emotiva que ejerce el filme Roma (Alfonso Cuarón, 2018) sobre la mayoría del público, es innegable. Filmada en formato digital de 65 mm en un blanco y negro suntuoso (¿neorrealismo de lujo?), esta obra explora con fruición el lenguaje de la imagen, desde la misma escena de introducción que, con un elaborado plano donde el movimiento y la quietud se oponen, abre y sintetiza la trayectoria de la narrativa visual de la película. La evolución de este plano da cuenta de la tensión pictórica sobre la que se articula toda la puesta en escena subsecuente, en un vaivén entre quietud (muerte) y movimiento (vida). A partir de ahí, un derroche de lentas panorámicas espléndidas (que tal vez provoquen dolores de cabeza a quienes vean la película en el streaming de Netflix de su Iphone), y planos largos coreografiados de manera impecable, registra con detalle y mediante una serie de tableaux en movimiento, un fresco social donde se entremezcla lo personal e íntimo con lo políticamente correcto. La última escena, un plano concebido en espejo del plano inicial, cierra el esquematismo casi matemático del diseño visual de este filme.
Inspirada en su propia infancia, la mirada de Cuarón sobre su pequeño universo de recuerdos de la vida cotidiana en el México pequeño burgués de los 70s, es por lo general muy benévola a lo largo de la película (a fin de cuentas, Roma, al revés es Amor). Un universo que, a pesar de los pequeños y grandes duelos que se suceden en la historia, también le regresa a su autor solo muestras de ternura, y donde al final alguien que no sabe nadar salva de ahogarse (física y metafóricamente) a una familia discretamente disfuncional, en un acto silencioso de entrega sin egoísmos. La cuidada composición plástica de la culminación de esta escena de redención en la playa parece la reinterpretación de una imagen religiosa, pero la única frase que escuchamos “Te queremos mucho Cleo” suena tan convenenciera como la mala conciencia que la genera. La historia, a través del personaje de Cleo (Yalitzia Aparicio) rinde homenaje al papel fundamental (tanto a nivel práctico como emotivo) que han cumplido las empleadas domésticas en muchas familias (aquí pensamos, inevitablemente, en The Help, de Tate Taylor, 2011). El efecto Yalitzia que se ha desatado en la sociedad es tal vez una de las cosas más interesantes en torno a esta película, y deja al descubierto esa culpabilidad mezclada con afán de normalización (Yalitzia en la portada de Vogue) que empieza a permear el imaginario de la justicia social hacia las clases sociales y razas más vulnerables.
Independientemente de su incuestionable valor estético y su evidente aportación al cine de autor mexicano (sin mencionar el oportuno debate que ha desatado sobre las plataformas de exhibición y distribución de cine), lo que se le podría reprochar a esta película es que su mismo virtuosismo, su diseño de producción absolutamente detallado y perfecto, su concepción tan redonda en todos los sentidos, termina por aplastar la vida que pretende reflejar, convirtiendo su imagen, mediante una deliberada y trabajada sobre-estetización, en un rosario de metáforas y epifanías calculadas, que debilitan el poder de la verdad que intentan desnudar.
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A lo largo de mi vida he leído por obligación, por necesidad, por gusto, por adicción. Para estudiar, leo; para trabajar, leo; para divertirme, leo; para descansar, leo. De temas varios, de épocas varias y de autores varios. Y en este camino he descubierto que cuando leo un libro, se me abre la opción de leer dos o tres más, haciéndose una cantidad exponencial de posibilidades. El tiempo no me da, la vida no me da, entonces selecciono lo que en el momento me obliga, necesito o me gusta. Tenía la obsesión de anotar el nombre del libro y del autor, hace muchos años me di cuenta que si necesitaba registrar un libro para saber que lo leí, me indicaba que realmente no lo había asimilado, entonces, si se volvía a cruzar en mis opciones, lo leí de nuevo. Y así va la vida.
Así como dicen los nutriólogos que somos lo que comemos, también somos los libros que leemos. Alguna vez leí “cuando leo, solo leo libros buenos, seguramente no alcanzaré a leerlos todos” no recuerdo cuándo ni dónde, pero lo tomé como patrón para elegir mis lecturas, evitando dedicar el tiempo a libros comerciales y digeridos, que no tienen reto a la mente. Y son estos libros retadores los que abren la capacidad crítica de analizar, sintetizar, abstraer, observar, transferir, imaginar y trascender el pensamiento.
Ahora me encuentro en Facebook o en Whatsapp los memes con las grandes frases célebres de los filósofos, los puntos más importantes de sus propuestas para elevar el espíritu, cómo mejorar la calidad de vida. Minivideos de dos o tres minutos que muestran lo fácil que es tener una vida en armonía con el ambiente, dejar atrás la ansiedad o la depresión, conseguir ser feliz en siete pasos, construir el amor como proyecto de vida, evitar a la gente tóxica, las maravillas de tal o cual alimento para cualquier dolencia o enfermedad y un largo etcétera. Pueden llegar en una sola imagen con algo de texto o en una producción animada de siete u ocho minutos, encontrarlos a través de un amigo, de un chat, de un blog o de un vlog; con fuente, con fecha, sin fuente, sin fecha, realmente no esos datos no son muy importantes, son iguales Platón, Lao-Tsé, Hegel, John Lennon, César Lozano o Yordi Rosado, en la pantalla de un smarthphone todo se empareja. Libros de 300, 400 o más páginas resumidas en un meme o en un minivideo.
Y, lo más interesante que he encontrado son las personas con “doctorados Facebook”, los que defino como el conocimiento invaluable y elevado, adquirido a través de las redes sociales con posibilidad de confundir y revolver los datos, alterar los principios y fines de cualquier disciplina, mezclar herbolaria con hermenéutica y cambio climático, sin argumentación precisa ni fundamentos científicos, sin investigación ni epistemología, axiología ni algunos elementos más que componen los doctorados de las universidades, que realmente cuestan mucho dinero, mucho esfuerzo y mucho tiempo, estando todo el conocimiento en la palma de la mano.
¡Cómo citan y defienden los conocimientos adquiridos a través de ese medio! Se apasionan hablando de un tema, opinan, emiten juicios o critican a partir de lo que han aprendido en un video de cinco minutos. ¡Son doctores en varias ramas del conocimiento!, pues lo mismo hablan de El Principito, sin haber leído el libro por supuesto, que de las dietas diseñadas para lograr un balance entre lo ácido y lo alcalino del cuerpo, cómo manejar las finanzas, la historia de cualquier país o cualquier época, guerras, sus motivos, sus héroes y villanos, y si sigo no termino nunca, ¡tienen doctorados Facebook! Concluyo y me pregunto, ¿para qué leí tanto si era tan fácil?
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La película Coco (2017), dirigida por Lee Unkrich y producida por Pixar, una empresa del conglomerado Disney, se presta muy bien para ser estudio de caso y analizarse desde múltiples perspectivas y marcos teóricos. Por ejemplo, Coco se entiende como parte de los procesos de hibridación que mencionan los estudios culturales latinoamericanos. Desde el enfoque de la política económica crítica, Coco puede ser estudiada como una de las consecuencias del papel dominante que tienen en el mundo los conglomerados mediáticos, como lo es Disney, cuyos productos culturales conforman un imaginario global, mientras acaparan las pantallas de las salas comerciales. Estos conglomerados invierten sumas multimillonarias para producir sus contenidos como una estrategia para reducir la competencia. Así, las narrativas de los productores locales tienden a quedar marginadas. La película de Disney también puede estar a discusión como un ejemplo de apropiación cultural, desde las teorías postcoloniales. Esto es, como un neocolonialismo en donde quienes antes explotaban los recursos naturales de una nación, ahora también explotan su folklore, sus narrativas, sus tradiciones con fines económicos. En este sentido, Coco es una película relevante para analizar el juego de fuerzas, de poder, las tensiones entre lo global y lo local, entre la idea de lo auténtico y lo artificial, a distintos niveles, sean culturales, económicos o políticos.
Tanto Néstor García Canclini como Jesús Martín-Barbero han mencionado ya que las culturas se narran. Es decir, son procesos en constante cambio; cambios que se cuentan como una historia. Quien narra, cuenta y representa las tradiciones mexicanas, en este caso, es Pixar. Es Disney, con el poder de los consorcios mediáticos globales. Esos consorcios globales cuyo poder económico define, en buena parte, que se ve en las pantallas cinematográficas, de televisión y de dispositivos móviles. Estas tradiciones que se han contado a nivel local, ahora son tomadas por empresas transnacionales que las rearticulan y distribuyen a nivel global.
Es muy probable que las imágenes y narrativas de Coco se integren, de alguna manera y en cierto grado, poco o mucho, a las próximas celebraciones del Día de Muertos en México. Es probable que para algunos grupos de nuestra sociedad (que no todos), los personajes y simbología de Coco sean parte de los referentes que simbolizan estas tradiciones. A pesar de ello, Coco será sólo una evento dentro de una multitud de fuerzas globales que atraviesan nuestro país y que alteran a largo plazo las prácticas sociales y culturales de una nación, en muchas ocasiones, de una forma sutil y naturalizada en el día a día, en lo cotidiano. No por ello, esta película debe ignorarse. Es un caso prominente, y por ello, relevante. Seguramente, a través de las distintas capas sociales, el efecto Coco se aprecie o ignore, de acuerdo, a las brechas de acceso a contenidos mediáticos que al mismo tiempo revelan las disparidades y contrastes dentro de nuestro país.
Coco es una película con una factura de alta calidad en los aspectos técnicos y con una narrativa emotiva que, en el éxito de taquilla, muestra la aceptación del público mexicano. Será interesante observar cómo, a través del tiempo, estos públicos se apropian de los personajes y narrativa que se integran o cambian los imaginarios nacionales. La película combina y reformula elementos de la cultura mexicana para beneficio de su narrativa. Por ejemplo, los alebrijes no forman parte de la celebración del Día de Muertos. Es más, tampoco son parte de una tradición ancestral. Son parte de la cartonería mexicana desde hace menos de un siglo. Comúnmente se considera a Pedro Linares, artesano de la Ciudad de México, como el creador de los alebrijes en la década de los 1930. Sin embargo, no existe conexión alguna con la tradición del Día de Muertos. No hasta ahora, que la ha agregado Disney. Tampoco existe en las tradiciones mexicanas la idea de que un alma desaparece en el más allá si no es recordada. ¿Cómo permearán estas nuevas concepciones a futuro en las prácticas culturales del Día de Muertos y como parte de estos procesos de hibridación?
A través de Coco, se pueden observar las tensiones que se generan en la hibridación. Si bien algunos medios en Estados Unidos sólo mencionan a Lee Unkrich como director de Coco (tal es el caso de la reseña de Peter Debrouge en Variety), otros, en contraste, subrayan la participación del mexicano Adrián Molina, como co-director. De alguna forma, la participación de Molina se traduce en un signo de autenticidad en la representación de lo mexicano. En un artículo en el Hollywood Reporter, Andy Crump resalta cómo Pixar además integró a un grupo de consultores mexicoamericanos para representar fielmente la tradición mexicana del Día de Muertos. Aquí es interesante destacar la idea de “lo auténtico” o el esfuerzo por construir una conexión “mexicana” en el origen de la cinta, para validarla; el esfuerzo por representar fielmente una cultura y así legitimar la narrativa y sus imágenes. A pesar de que Coco en sí constituye precisamente un claro ejemplo de un proceso de hibridación, la intención es legitimar la cinta como, de alguna forma, mexicana.
En YouTube se puede encontrar el video “El orgullo de ser mexicano”, un promocional de Cinépolis, una de las dos cadenas de complejos cinematográficos en México. El promocional motiva a sentir el orgullo de ser mexicano…con Coco. García Canclini ha señalado ya que hoy en día no existen culturas puras y que los procesos de hibridación ocurren continuamente, más en una época de flujos globales. Las prácticas culturales se deterritorializan y al cruzar fronteras se alteran, cambian. Y es precisamente relevante, observar con detenimiento las tensiones que ocurren en estos procesos. ¿Por qué se migra? ¿Cómo se reconstruye simbólicamente la idea de una cultura en otro país? ¿Cómo viajan las historias de un país a otro? ¿Qué motiva a una empresa a reelaborar tales historias? ¿Cuáles son las posiciones de poder que a través de estos flujos globales alteran o no una cultura? ¿Cuáles son las resistencias?
En relación a las tensiones que se generan en la apropiación cultural, es altamente significativo que Disney haya intentado en 2013 registrar la frase “Día de Muertos”. En ese intento, es lógico suponer que Disney no sólo contemplaba asegurar esta frase como título de su película, sino como la marca que iría en toda la mercadería del film. Película que a su vez se basa en muchos elementos del imaginario de la cultura mexicana. ¿Todo patentando por Disney? Sin embargo, Disney dio marcha atrás ante las protestas contra esta apropiación. Las protestas se iniciaron, curiosamente, en Estados Unidos desde la comunidad mexicoamericana.
Por otra parte, ¿qué tanto peso se le debe dar a Coco como un factor que pueda alterar una cultura? ¿No podría ser al revés? Al final de cuentas, ¿no es posible que Coco sea resultado de la popularidad creciente de una celebración mexicana que ya antes había comenzado a aparecer en el cine con películas como El Libro de la Vida (The Book of Life, Jorge Gutiérrez, 2014) o Spectre (Sam Mendes, 2015), del serial de James Bond. El productor ejecutivo de El Libro de la Vida es Guillermo del Toro. Ahí participan estudios como Reel Fx Creative Studios, pero también 20th Century Fox Animation, estudio cinematográfico que Disney busca adquirir. El actual desfile de Día de Muertos en la Ciudad de México se da a raíz del desfile sobre esta conmemoración que aparece en la cinta Spectre. ¿Qué alimenta a qué? Las prácticas culturales inciden en el cine y el cine en las prácticas culturales.
El efecto Coco debe dimensionarse de acuerdo a públicos y sus contextos. Por ejemplo, hay quienes mencionan que Coco representa para la comunidad mexicoamericana una suerte de reivindicación de la cultura mexicana ante los discursos discriminatorios, las deportaciones y el proyecto de un muro. En México, no se puede ignorar que el cine es actualmente una forma de entretenimiento principalmente dirigido a las clases medias. En este tenor, ¿cómo y de qué manera Coco incidirá o no en distintos estratos y grupos sociales en México? ¿Es posible que poblaciones urbanas en México, quizás más afines a celebrar Halloween, ahora miren hacia la celebración del Día de Muertos, gracias a Coco? ¿Podría ser que esta película sea irrelevante para comunidades donde los contenidos cinematográficos sean de difícil acceso?
Así, Coco sirve como estudio de caso para observar y analizar una incidencia en los complejos procesos de hibridación, apropiación cultural y flujos globales que alteran, moldean, perfilan o rearticulan las culturas de un nación y las dinamizan, en distintas direcciones y con distintos efectos. Es decir, Coco resulta un ejemplo, un caso de estos procesos, pero no único, sino parte de otros muchos factores que intervienen en la cambiante progresión de una cultura (o culturas) de una nación y la construcción de identidades e imaginarios culturales.
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Se escucha mucha polémica sobre si se deberían de producir tantas series acerca del narcotráfico. Muchos intelectuales criticaron este fenómeno en Colombia, puesto que por un lado retrataba la realidad a la que se enfrentaba la población nacional, pero por otro lado se exportaba una imagen que afectaba las relaciones internacionales, al punto de reducir turismo o inversiones.
La tendencia en México es similar. Ya como país exportamos muchas producciones locales, especialmente telenovelas. Ahora hemos popularizado el tema del narcotráfico a través de muchas vías: filmes comerciales, filmes independientes, series en televisión abierta, series de producción internacional, y producciones en Netflix de carácter documental y de ficción. De esta manera hemos garantizado la difusión de estas “realidades” a nivel mundial.
He visto dos tipos de reacciones a estas producciones en las audiencias:
- Fascinación. Este tipo de espectadores siguen fervorosamente cuanta serie tienen acceso. Han visto seguramente las más populares tanto mexicanas, como colombianas: El Cártel de los Sapos, El Señor de los Cielos, La Reina del Sur, Narcos, Escobar, El Chapo, entre otros. Personalmente, me siento identificada con esta tendencia, y en ocasiones me siento culpable porque pareciera que estoy aceptando una especie de “homenaje” a un problema tan trágico en mi país. Lo cierto es que para muchos, estas series ofrecen una serie de respuestas (correctas o incorrectas) a un fenómeno que genera tanta confusión, frustración y ansiedad en la población.
- Indignación. Este tipo de público considera que al ver este tipo de series, se seguirán produciendo (y tienen razón). Critican indicando que son apologías (es decir, que parecieran justificar a los narcos al generar empatía con ellos a través de sus personajes), homenajes (enalteciendo o haciendo de los narcos personajes heroicos a los que podrían aspirar ciertas audiencias), o simplemente mala imagen para nuestro país (como lo expliqué anteriormente). Definitivamente hay mucho de qué hablar sobre México y los mexicanos, y este tema no es motivo de orgullo para algunos.
En cualquiera de las opciones que te sientas más identificado, sugeriría que se tome conciencia de lo siguiente a manera de ejercicio:
- “Basado en hechos reales”. Muchas de las series inician con leyendas que dicen cómo se inspiran de información noticiosa, documentos reales etc. Es importante recordar que todo medio de comunicación, incluyendo periódicos, noticieros o documentales, parten de una postura ideológica, y por lo tanto hay sesgos. Es decir, hay una interpretación de la realidad, y por lo tanto se pueden prestar a tergiversaciones. Por otro lado, es relevante mencionar que no todo el guión está inspirado en la supuesta realidad, y por lo tanto no podríamos identificar con certeza qué sí y qué no. Entonces si bien habrán eventos que nos parezcan conocidos al momento de ver la serie, hay que recordar que también muchas de las escenas surgen de la imaginación de una serie de guionistas. Nadie está ahí para decirnos cuáles escenas son “reales” y cuáles son “inventadas”, ni cuáles diálogos, ni cuáles personajes, ni cuáles escenarios…
- Empatía con personajes. Es cierto. Por un lado, nos ha provocado la humanización de criminales: a través de estas producciones, conocemos una faceta de los narcotraficantes como padres de familia, esposos, hijos, amigos. Nos rompe la idea “Disney” de que el malo es absolutamente malo, y el inocente es absolutamente inocente… así, como somos los humanos. Pero no caigamos en la trampa de decir que se deben perdonar los delitos. Existe una legislación con la que estamos de acuerdo por el simple hecho de ser ciudadanos. Lo que necesitamos tener en cuenta es que a las personas se le juzgan por sus actos, y se deben de someter a la justicia con el objetivo de mantener una armonía en nuestra sociedad. Para fines de pensamiento crítico, resulta fundamental poder sostener ese balance al momento de hacer nuestro juicio de personajes. Y de nuevo, recordar que el personaje que vemos en esa serie no es el delincuente tal cual, sino un actor, que tiene un guión, maquillaje, vestimenta, etc.
- Legitimación de la violencia. Así como se ha discutido a través de múltiples narrativas, el tema de la violencia sigue vigente en estas historias. Se considera problemático que “avalemos” el uso de la violencia en ciertas circunstancias. En las narcoseries, la violencia es utilizada de forma excesiva, tanto de policías como de delincuentes. Muchas teorías indican que a mayor exposición a escenas violentas, más fácil se vuelve aceptarlas. Evalúate a tí mismo comparándote con la primera vez que viste una narco serie. ¿Te perturba de la misma manera? Quizá es momento de revisar con cuánta indiferencia las puedes ver ahora.
- ¿Por qué te gusta/disgusta? Ambas opciones que puse de público tienen que ver con el involucramiento emocional que se tiene con estas narrativas. Quizá la clave es pensar por qué te provoca esas emociones y así generar una distancia sana como audiencia. Si puedes identificar a qué se debe ese gusto o disgusto, significa que has reflexionado lo suficiente sobre el tema como para poder verlo con un criterio racional. Si no sabes aún, mi sugerencia es que te des un momento para pensarlo.
Estos cuatro elementos son un punto de partida para generar un pensamiento crítico frente a las narrativas de narco-ficción (dirían algunos autores). Si bien en esta entrada lo planteo específicamente hacia este tipo de género o contenido, es bueno que sepas que también pueden aplicar los ejercicios para otro tipo de narrativas. La violencia, los arquetipos y estereotipos en personajes, el involucramiento emocional, y las historias “basadas en hechos reales” los encontramos en muchos más formatos, y al final, todo está en la reflexión de lo que estamos consumiendo.
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Si bien a partir del rápido auge del uso de los medios digitales e internet se ha abierto un amplio abanico de posibilidades de investigación en el campo de la comunicación, al parecer hay un tema que aún no se ha puesto suficientemente a discusión e indagación académica y reflexión teórica. Es el tema de la relación entre nuestro yo desconectado (offline) y nuestro yo en línea (online). ¿Qué tan cerca están el uno del otro? ¿Qué tipo y magnitud de distancia guardan entre ellos? ¿Están ambos “yo” conectados de forma estructural o son completamente autónomos? Y sobre todo, ¿qué consecuencias o implicaciones tiene todo esto para nuestra vida diaria y para nuestro funcionamiento como sujetos dentro de una comunidad?
Indudablemente, esta relación entre los medios que usamos para comunicarnos y la construcción de nuestra subjetividad en esta era digital es un tema que vale la pena explorar más. El trabajo seminal de Sherry Turkle, Life on the screen: identities in the age of internet, si bien sentó algunas bases sobre este asunto, debería seguir desarrollándose con mayor detalle, ya que los avances tecnológicos cada día nos ofrecen más y mayores oportunidades de vivir en línea y conectados, de las que existían en el tiempo en que Turkle publicó su libro (1996).
Dos trabajos de tesis que he tenido la oportunidad de dirigir recientemente han abordado cuestiones sobre la relación con algunos fenómenos digitales (Vigilancia lateral y control social, en un caso, y Anonimato en las redes sociales, en el otro), que si bien no corresponden directamente a este tema, al revisar los resultados en ambas investigaciones nos hemos topado con esa división entre el ser que usa los medios digitales y el ser que se supone sería el “verdadero yo” fuera de estos medios. En ambos casos quienes reportaron sobre diversos aspectos de sus gustos y actividades en redes, apps y medios en línea de manera constante disociaban lo que les parecía “correcto” o aceptable en la vida real, con lo que hacen y/o sienten como natural y no problemático mientras están conectados.
Pareciera ser que el yo real se ve cada día más desplazado por el yo en línea, y este yo en línea debe funcionar en un mundo que no es el mismo que el del yo real, si bien presenta las mismas exigencias y presiones
La paradoja de estar cada día más extensivamente conectados en redes con una gran cantidad de personas (lo que en la comunicación tradicional cara a cara sería físicamente imposible), mientras que al mismo tiempo nos sentimos cada vez más aislados y solos, parecería ser una serpiente que se muerde la cola, ya que esta sensación de aislamiento se trata de paliar con más y más amistades y contactos en línea, con más y más horas conectados en las redes “sociales” en donde buscamos desesperadamente likes y shares como afirmación de nuestro valor como personas, de nuestra capacidad de ser apreciados, deseados y de formar parte y ser reconocidos como miembros de una comunidad. Sin embargo, lo que hacemos en línea y lo que somos en la “vida real” (no sé por qué siento la necesidad de poner esto entre comillas, como si no estuviera ya segura de esa “realidad”), no siempre es congruente entre sí. Entonces, no importa cuántos likes obtengamos, siempre habrá un vacío que la experiencia de estar conectado no puede llenar, lo cual nos lleva a buscar aún más esa conexión imposible.
Me pregunto si estos dos “yo” seguirán cavando un abismo que los separa más y más o si existirá alguna forma de reconectarlos y si esto es realmente lo que puede dar más sentido a nuestras vidas en una sociedad tecnológicamente saturada, o si estaremos entrando en una era de identidades que deben disociarse para poder funcionar en ella.
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En el 2013, hice un estudio en el cual buscaba conocer cómo percibían los niños de sexto grado el tema de inseguridad en Monterrey y su área metropolitana. El principal obstáculo al que me enfrenté fueron los padres de familia, que en un intento desesperado porque sus hijos no perdieran “su inocencia”, preferían que yo no los entrevistara al respecto.
El acuerdo quedó en que yo no podía tener iniciativa en mencionar el tema. Es decir, yo haría preguntas, y si de ahí salía el tema de inseguridad, entonces sí podía continuar. ¿Saben cuál fue la pregunta mágica?:
¿Qué le dirías a alguien que nunca ha venido a la ciudad sobre la situación en Monterrey?
Las 45 entrevistas que inicié continuaron gracias a esta pregunta mágica que sacó a flote el tema de inseguridad. Es decir, no hubo necesidad de cancelar ninguna sola entrevista porque todos los niños traían en mente el tema de violencia y delincuencia. Claro está, que fue en una época donde había una saturación del tópico en todos los medios, tanto periodísticos como de ficción: narconovelas, narcofilmes, narcoseries por todos lados.
En la entrevista, yo les pedí que me hicieran dos dibujos: uno sobre una escena de inseguridad, y otro sobre un delincuente. Después les pedía que me contaran la historia alrededor de esa imagen: qué pasó antes, qué pasó después del incidente, o cuál era la biografía del delincuente.
Las imágenes sobre violencia abordaron muchos tipos de crímenes. El más popular fue el de robos de algún tipo: carteristas en la calle, casas, o bancos. Mi hipótesis es que a los niños les gusta hablar y dibujar sobre cosas que comprenden bien, y sus historias lo demostraron. Se imaginaban al delincuente haciendo la planeación de su robo, y posteriormente contando sus “ganancias”. Claro está, había otros cuantos que podían narrar historias más complejas, hablando del narcotráfico, de secuestro, de feminicidios y narcobloqueos. Curiosamente, puedo decir que también podría estar asociado con niños que han consumido narrativas más complejas, tales como la serie “El Señor de los Cielos” y como el videojuego “Grand Theft Auto”. Su comprensión de crímenes de este nivel estaba claramente inspirado de contenidos mediáticos que no están pensado para niños; a diferencia de los demás niños que inclusive en series animadas se pueden ver situaciones de robos simples.
Por otro lado, describieron a los delincuentes con un antecedente de pobreza, educación trunca y familias problemáticas. Para los niños, los criminales siempre son hombres, y tienen elementos tales como tatuajes, piercings, o ropa vieja de color oscuro.
Hay varios discursos inmersos en estos hallazgos. Voy a mencionar los cuatro que me parecen más relevantes reflexionar.
- El de la niñez. Los padres de familia y escuelas sumamente preocupados de qué ideas les iba a meter yo en la cabeza. Cuál fue la sorpresa de todos que los niños ya lo traían en mente, pero no había con quién platicar al respecto. Tan estaban desesperados por discutirlo, que a la primera extraña que se les atravesó en su camino (yo) le hicieron dos dibujos y dos historias al respecto. Por otro lado, está la idea de subestimar qué tanto comprenden de la realidad. Eran niños que ya los habían sometido a simulacros de balaceras. Evidentemente sabían que algo estaba pasando.
- El de la pobreza. Sólo una niña contó una historia en la que el delincuente venía de un nivel socioeconómico alto. El resto suponen que en el caso de que una persona se convierta en criminal, es por desesperación al no tener dinero. Esto es una actitud estigmatizante y clasista, puesto que se generan estereotipos frente a un grupo social. Al mismo tiempo, es interesante ver que entiendan que el crimen se genera con base en la injusticia social.
- El de roles de género. La mujer es víctima, y el hombre es agresor. La fórmula sigue intacta para cuando se trata de analizar imaginarios. Por un lado, se piensa que la mujer es incapaz de ser delincuente porque difícilmente “podría ganarle a un hombre”. Por otro, es inimaginable porque las mujeres, al tener un rol más maternal, son más sensibles y por lo tanto no podrían herir a las personas. Es una actitud sexista e ingenua sobre la capacidad de las mujeres.
- El de las familias desintegradas. Esta actitud me preocupa de sobremanera, sobre todo por la forma en que permea posteriormente a la sociedad. Hay un estigma sumamente fuerte contra los hijos de padres separados, o contra las madres de familia que no son de tiempo completo (y que muchas veces, por necesidad, trabajan hasta tarde y no pueden estar en casa con sus hijos). No sorprende entonces luego ver cómo hay respuestas en contra de las madres que visitan a sus hijos en las cárceles, culpándolas por lo que hicieron sus hijos.
Más allá de la información que obtienen los niños y de dónde, una conclusión de las más importantes radica en el análisis de actitudes. Estas actitudes son aprendidas a través de los discursos que mencioné, y el resultado es que de alguna manera fortalecen la fragmentación en la sociedad, lo que al mismo tiempo alejan las posibilidades de solidaridad y compromiso en comunidad. Los imaginarios importan, porque de ahí surgen los estigmas contra ciertos grupos sociales, y de cómo se comprende la realidad en torno a ello.
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Con la expansión y multiplicación de la imagen digital, y su creación y circulación a través de múltiples plataformas en la red, podríamos esperar (tal vez de manera utópica) que una nueva revolución comunicativa se esté gestando, trayendo aparejada una transformación de la cultura y la conciencia.
Parto aquí de la premisa de que la imagen digital no es ficción sino simulación (Weibel, 1999). El propósito de la ficción es reflejar el mundo y entretener a un espectador. El propósito de la simulación es crear un mundo y transformar al observador.
Aunque parezca extraño, esta revolución no se jugaría en el campo de la tecnología sino en el de las posibles relaciones entre las personas. Estaría más bien relacionada con la inversión de las relaciones sociales existentes. Mientras la cultura de masas del siglo XX presentaba una estructura jerárquica, hoy nos podríamos encontrar con comunidades de realidad, autónomas y auto construidas, grupos sociales que se definirían no por su relación física y geográfica sino por su nivel de conciencia e ideología.
De manera paradójica, la migración hacia este tipo de comunidades de realidad no se logra mediante la comunicación. Si pensamos en que la palabra comunicación implica un espacio compartido, una interacción en un contexto que posibilita el establecimiento de un significado común, nos daremos cuenta de que quien controla este contexto controla el lenguaje y por tanto la realidad. Entonces, para crear nuevas realidades deberíamos crear nuevos contextos, en los cuales se pueda dar luego un consenso diferente. Sin embargo esto no se puede dar mediante la comunicación porque es imposible salir fuera del contexto que define la comunicación usando la misma comunicación para ello. Esto nos llevaría solo a variaciones triviales dentro del mismo consenso, lo cual únicamente volvería a validar la misma realidad prevaleciente. Cuál sería entonces la estrategia?
Estamos conscientes de que una ideología mercenaria ha invadido el lenguaje, ocupando cada imagen y cada palabra, y que la única alternativa a ese imperialismo perceptivo sería un acceso continuo y completo a definiciones alternas de la realidad (el único sentido político ulterior de la creación visual). Y aquí volvemos a la explosión de la imagen digital que mencionamos al principio. El amplio uso que se hace de ella para generar simulaciones y conversaciones (prosumidores, no sólo consumidores) hace factible la creación de modelos de realidad posibles (en el cine y en el video y arte visual digital). Necesitamos una conversación no comunicativa sino creativa (retomando el significado de conversar: dar vueltas en compañía) mediante imágenes o simulaciones que nos remitan a nuevos contextos y generen nuevas realidades, en las que podríamos funcionar como comunidades en continua recreación.
Referencia
Weibel, P. (1999). On the history and Aesthetics of the digital image. En T. Druckrey (ed.) Ars Electrónica Facing the Future. Cambridge: The MIT Press. Pp. 51-65
]]>Las universidades son organizaciones muy especiales, ya que impactan a toda una sociedad, a un país y su cultura. Los diferentes impactos que genera y la profundidad de los mismos, así como sus alcances, son muy complejos y difíciles de medir, sin embargo, es necesario hoy más que nunca, trabajar científicamente en su diagnóstico, evaluación y mejora.
La Universidad ya no puede quedarse al margen del país y de sus problemáticas, ya no puede ser esa casa cerrada y quirúrgicamente cuidada, sino que debe integrarse a los problemas sociales para darles solución, para trabajar conjuntamente con las personas en el complejo mundo que nos rodea. Es así que, desde el enfoque de la Responsabilidad Social, la Universidad también debe involucrarse, en primera instancia concientizándose de que sí tiene impacto su actividad, un impacto muy grande en sus diferentes públicos internos y externos.
En segunda instancia, debe crear espacios de reflexión, de investigación sobre esos diferentes impactos, para poder diagnosticar áreas, esferas o aspectos de mayor o menor trascendencia en ese trabajo, debe gestionar sus propios impactos. El enfoque de gestión de impactos que es propio de la Responsabilidad Social Universitaria, y plantea que toda organización genera impactos internos y externos, positivos y negativos. El problema para las universidades es aceptar dicha situación, dedicar parte de su tiempo en evaluar y diagnosticar para gestionar ética y transparentemente dichos impactos, con la finalidad de generar cada vez, más impactos positivos que negativos.
Aspectos como transparencia y ética, son fundamentales en la gestión universitaria para poder llegar a ejercer esa Responsabilidad que como organización tiene. La pregunta es… ¿Cuándo empezamos?
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La evolución de los formatos para comunicar ha generado la necesidad de alfabetizaciones múltiples. Actualmente la exposición a los medios de comunicación masiva ha cambiado las reglas de la lectura tradicional al agregar diferentes formas de lectura de los mensajes audiovisuales, sean estos transmitidos por los medios tradicionales, como la televisión y el radio, así como por las nuevas tecnologías que llegan al receptor a través de la Internet. La necesidad de comprender las ideas sigue presente, aunque los lenguajes han cambiado y urge el aprendizaje de nuevas formas de apropiación de los mensajes, más allá de la combinación de imágenes con sonidos, sino la capacidad de desentrañar las ideas que estas llevan consigo. La alfabetización mediática se ha convertido en una necesidad de aquel que está expuesto a los mensajes masivos, es decir, casi todos.
Por otro lado, el mundo se ha reducido en tiempo y distancia, el contacto con personas de otras culturas, ya sea dentro o fuera del país de origen, es cada vez más fácil, más barato y más frecuente. Los que viajan y los que reciben a los viajeros están expuestos a diferentes formas de pensar, de interpretar la vida. La alfabetización cultural (García, 2009) es la habilidad para la lectura de los mensajes estructurados bajo esquemas de pensamiento diferentes, con posturas hacia otras direcciones de las que se está acostumbrado. La mundialización es un camino que se ha recorrido lento pero firmemente, los avances de un pueblo han beneficiado a otros pueblos, y los retrasos de unos, detienen a otros para lograr una humanidad con los mínimos de calidad de vida aceptables.
Dada la convivencia cada vez más generalizada de todos con todos, por compartir los problemas y las soluciones de cada día, es importante desarrollar la alfabetización emocional (Gutiérrez y García, 2015), entendida como la competencia de relación con el otro a partir de la consciencia de ser personas siempre en construcción. La violencia y la agresión son consecuencias de la intolerancia a los defectos de los demás y la permisividad de los propios. Desarrollar las habilidades interpersonales es un trabajo constante que urge para crear una sociedad armónica, en la cual vivir o morir no sea como tirar los dados al azar, sino la garantía de cultivar la empatía y la aceptación, con la confianza de caminar juntos en un mundo que se comparte con otros seres humanos y otras especies.
La alfabetización, por lo tanto, se ha diversificado y puesto bajo la lupa de los estudiosos de sus campos. Hay mucho que leer y entender, mucho por interpretar en los mensajes masivos, mucho por trabajar para lograr una sociedad intercultural más incluyente de sus diferencias y, especialmente, mucho ejercicio al interior de cada uno para construir puentes de paz con el otro, ya sea cercano o lejano; ese otro que también está haciendo el esfuerzo por crecer. De lo contrario, se hace tarde para lograr sobrevivir como humanos si no es posible llegar a serlo.
Referencias:
García Carrasco, Joaquín (2009). Las formas de la alfabetización cultural en la sociedad de la información. Teoría de la Educación. Educación y Cultura en la Sociedad de la Información. Fecha de consulta: 24 de agosto de 2017. Disponible en: <https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=201018023004>
Gutiérrez Tapias, Mariano y José Luis García Cué (2015). La comunicación emocional, una necesidad para una sociedad en crisis. I Congreso de Expresión y Comunicación Emocional. Sevilla, España. Fecha de consulta: 24 de agosto de 2017. Disponible en https://congreso.us.es/ciece/Virtual_02.pdf
Walden, Myra (s/f). Comunicación No Violenta. Un lenguaje de vida. Marshal Rosenberg. Institute for Empowering Communication. Fecha de consulta: 24 de agosto de 2017. Disponible en https://www.ifp.pgjdf.gob.mx/pdf/2017/fundacion_guia_completa.pdf
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Porfirio Díaz en la primera película filmada en México
El 15 de agosto de 1896, hace 121 años, se realizó la primera función de cine pública en México. Aurelio De los Reyes relata que Gabriel Veyre, camarógrafo Lumière, y Claude Fernand Bon Bernard, empresario concesionario, llegaron a México el 24 de julio de 1896 para instalarse por una temporada en la Ciudad de México y explotar la exhibición y producción de filmes, iniciando proyecciones privadas el 6 de agosto y públicas el día 15, en la droguería Plateros. Las funciones costaban un peso, y estuvieron abarrotadas desde el primer día. No se sabe el momento exacto en que se realizó la primera película en suelo mexicano, pero De los Reyes reporta que en una carta de Veyre se afirma que unos días antes del 16 de agosto del mismo año se había filmado al presidente Porfirio Díaz. Así comenzaba la que hoy es nuestra industria audiovisual, y nuestra historia fílmica.
Más de un siglo después se ha designado el día 15 de agosto como el día del cine mexicano. El día para celebrar los registros de Salvador Toscano, el éxito del Automóvil gris, las primeras palabras de Santa, y la fuerza de Vámonos con Pancho Villa. También festejar la suerte de que se hayan encontrado Figueroa y el Indio Fernández, y que se hayan encontrado con María Félix. Hay que alegrarse de que siempre hubo soñadores como Augusto Best Maugard, Jomi García Ascot, Benito Alazraki, Gabriel Retes, Sergio García Michel, y todos los independientes que se enfrentaron a la industria. La generacion del primer nuevo cine, los que sobrevivieron las crisis de los 80 y a quienes impulsaron el nuevo nuevo cine de los noventa. Hay que felicitar a los que revitalizaron la industria en el nuevo siglo, y a los que abrieron nuevas rutas para nuestro cine en industrias como la de Hollywood y premios como los de Cannes.
Pero si habrá cada año un día del cine mexicano, habrá que reconocer y felicitar al cine nuevo que cada 365 días nos llegue. A los nuevos autores, a los documentalistas, los animadores, los directores de ficción. A las actrices y los actores, los músicos y los vestuaristas. A todos los que hacen posible que en México haya un cine cada día del año.
Feliz día del cine mexicano, todos los días.
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La neguentropía, o entropía negativa es en la teoría de sistemas una fuerza que mantiene alejado al caos, el estado más probable de las cosas, y hacia el cual la entropía nos impulsa constantemente. La neguentropía puede manifestarse de distintas formas, pero una de ellas es la información. Este blog busca ser una plataforma para la exploración, reflexión y discusión académica de temas de relevancia contemporánea en comunicación y las humanidades, y así, a través de la información contribuir a la evolución sostenida del entorno. Neguentropía es un espacio abierto a las múltiples disciplinas englobadas en la comunicación y las humanidades y en el cual las diversas voces de la academia pueden dar a escuchar su voz. Además, siendo una de las principales preocupaciones del Departamento de ciencias de la información de la Universidad de Monterrey, una de las secciones del blog se dedicará a la publicación de información relacionada con la alfabetización mediática y los derechos de las audiencias.
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