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Dinosauria recolectora

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Dinosauria recolectora que es una.

Primer fin de semana de rebajas, nadie me va a quitar mi derecho a la lucha por la supervivencia ni a que me engañen. Nunca me ha molestado mucho que me engañen, de hecho nací para ello.

Tras ducharme, lavándome a conciencia para liberarme de los espíritus tontainas que suelen asesorar mi oído, me visto de leona urbana y voy al Hipertodo.

Os preguntaréis que a qué narices he ido. Pues he ido a por el hombre de mi vida.

Ya hace tiempo que todo el mundo me pregunta por el hombre de mi vida, así que he ido a comprármelo hoy, que los tenían muy limpios y bien arregladitos y con precios asequibles por fin. A ver si así dejan ya todos de aconsejarme que tengo que echarme un novio para ser feliz.

Ya en el coche ha dado señales de ser todo un acierto. Me ha mirado con los ojos verdes muy grandes y a mí se me caído por dentro la bola del reloj de la Puerta del Sol. Me ha preguntado algo así como que cuándo se come aquí, pero no le he hecho mucho caso y he seguido conduciendo.

Pensaba que me iba a librar, pero creo que ahora llevan imán de serie. He tenido que parar el coche, he contemplado su aire de poeta francés abandonado y le he besado. Un tierno beso en la cara, en su mejilla. Yo iba con intenciones monjiles, claro, pero he lamido las escamas de su mandíbula y me ha recordado a la lubina de La Sirena Alegre, así que a continuación le he mordido con la misma dedicación que pongo en mirar al mar.

Se ha reído de mí, me ha abrazado como a una diosa y ha plantado sus labios de besugo en los míos, como para darme una lección. Yo he jugueteado un rato con su lengua trífida de serpiente y luego he vuelto a morderle, en la nariz, se la he dejado con forma de pico de ave rapaz.

Ya se va pareciendo más a mis deseos, a mis sueños.

Me ha sacado del coche para bailar, lleva también wifi incorporado y suena la música que oigo en Stupify cuando cocino tomando una cerveza.

Se ha adherido a mí como si fuera su presidenta del gobierno de confianza y no hemos bailado hasta el amanecer, pero en cinco segundos se me ha incrustado en todas mis almas y orificios.

Vivo en él, me ha absorbido como cuando la acetona hace desaparecer la laca de uñas.

Dudo de mi existencia.

No sé si soy ya la dinosauria recolectora o una verruga del hombre de mi vida.

Necesito que alguien venga a hacerle una ecografía, a ver si es que estoy en la tripita del buey, como Garbancito, y yo aún no me he enterado.

Al menos soy feliz, así escondida, protegida de la lluvia y nadando en sus arterias.

Msol

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¿Y mi dentadura postiza?

Lo malo de dormir con desconocidos así de forma intempestiva, todos lo sabíamos pero picamos, es que no te puedes fiar de ellos.
¿Y mi dentadura postiza?
La puse anoche en la mesilla en el vasito de agua, junto con el DIU, y ya no está.
Claro que tampoco está el individuo que anoche me empañaba la oreja con promesas de llevarme a la Polinesia o a Tomelloso, que es que ya no me acuerdo.
Y lo malo también es que le dé por vender la dentadura y el DIU a alguna incauta, que hay muchas por ahí.
Él era alto, guapo y tenía sonrisa de quítate tú pa ponerme yo. Me invitó a un chocolate con churros y no pude resistirme. Me había puesto ayer mi chaleco de croché, el que mi hermana ha estado haciendo todo el invierno y al final me lo regaló por no tirarlo. Ella piensa que le ha quedado horroroso, pero la verdad es que alegra mis pecas y me da aire de cassual-underground-girl (lo vi el otro día en una revista).
En resumen, que entre el chaleco y los berretes del chocolate, él me encontró muy atractiva. Y después me llevó a varios lugares de tímida luz  y música de sonotone con pilas descontroladas para invitarme a espirituosidades enólicas. Es decir, me pillé un cebollón memorial.
Corramos un tupido velo sobre las escenas intermedias que no son de vuestra incumbencia. La torpeza no siempre es publicitable.
El final de este cuento de sub-princesas es que yo estoy sin dentadura y sin DIU.
No vuelvo a poner en la mesilla de noche mis bienes más preciados.
Ni vuelvo a meter la pasta dentro de la caja fuerte de detrás del cuadro de Los Girasoles de Van Gogh, porque está claro que el bellaco también se la ha llevado.
Lo que no entiendo es por qué no se ha llevado el chaleco.

Te invito a mi zoo

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«Te invito a mi zoo»

Eso es lo que debería haber escrito mi hija en su tarjeta de invitación a la fiesta de cumpleaños, porque, ya se sabe, el comportamiento de los niños es cuestionable y el de los papás mucho más.

El primero que llegó a la fiesta fue el gato de Pepe, el del 2-B planta jardín, se coló por la terraza, aún desconozco cómo pudo escalar hasta allí, entró con cara de buena persona a la concina, donde estaba yo todavía preparando los canapés con anchoas y tomatitos cherry y se cruzó varias veces entre mis piernas con la clara intención de hacerme caer para zamparse mi obra de arte.

Luego llegó la cucaracha. Esa no era de ningún vecino. Todos sospechamos que era del Ayuntamiento y que venía de emisaria a recaudar tributos o al olor de las migas. Como a la vez llegaron varios papás con sus querubines, se quedaron mirando alternativamente a Cuki y a mí, para saber quién mandaba allí y quién iba a autorizar su paso. Claro, me pillaron gritando como una loca y dando golpes en el suelo con una escoba y en las paredes con un trapo, igual que cuando me pillo una borrachera de tintorro del malo. En los rostros paternales y maternales se dibujó un gesto de «nosiyalosabíamos», hasta que por fin Cuki se avino a salir por la puerta y los niños se reían o gritaban con más decibelios que yo.

Por fin llegó el niño elefante, que mi hijo y sus amiguitos le llaman así, con esa crueldad natural infantil que todo lo descoloca, porque es experto en pisar y aplastar cosas. Cuando llegó, los demás ya se habían comido toda la tarta en unos breves cinco segundos con seis décimas y dos centésimas, así que no pudo aplastarla y con la rabieta se dedicó a pisotear el camión de bomberos que le había regalado Javi a mi hijo, retando a su madre, que estaba afónica y no lograba imponer su autoridad.

Hubo un amago de calma cuando llegó Elena, una niña gupísima y encantadora que tiene el efecto de dejar perplejos y boquiabiertos a otros seres humanos. Pero el jolgorio se reanudó, como cuando se reinicia un ordenador.

A los cumpleaños de mis hijos suelo invitar a los papás también a quedarse y así aprovecho para socializar lo que no hago en todo el año. Mi marido suele tener todos los años por estas fechas reunión del consejo general de administradores de fincas, así que el pobre se lo pierde.

Mientras los mayores hacíamos combinaciones lujuriosas entre ron Havana de 7 años y hielo, vodka y limón del limonero de Edu, ginebra y mucha tónica para disimular, los niños se dedicaron a imitar a los animales, uno se reía como una gaviota sarcástica, Ana barritaba, Pedro estuvo un buen rato a rebuznando como le había enseñado su padre y Axel hizo un repertorio exhaustivo de ladridos de todo tipo de canes. Yo intenté hacer la gallina clueca, pero me miraron como a una intrusa.

Ya avanzada la tarde y cerca de la noche, comprendí entre vapores enólicos, que las camas habían sido creadas por algún ingeniero ávido de revender más camas, porque es facilísimo saltar sobre ellas, bueno y sobre los sofás.

Como colaboro con una ONG, mi casa es un almacén de mantas y sacos de de dormir, porque no caben en la sede y los tenemos repartidos, viendo el nivel de euforia de los churumbeles y el gracioso vaivén de los mayores, incapaces de mantener la vertical ni un segundo al caminar, ofrecí a los papás y a las mamás pasar la noche primaveral en mi terraza, que es como una pista de patinaje. Algunos se fueron reptando como salamanquesas y otros no tuvieron más remedio de aceptar.

Así que esa noche gloriosa, todos rugimos como leones y leonas hasta el amanecer.

Msol

Pez de desierto

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Cuando iba ayer de paseo por el desierto, me encontré un pez debajo de la única piedra que rompía la arena. Era precioso y no pegaba mucho con el paisaje, pero como yo tampoco pego con los paisajes sé lo que es sentirse perdido en el mundo, así que me produjo una ternura extraña. Pensé que estaba boqueando, me tiré de panza en la arena caliente para ayudarle y oí una vocecita como de niño de peli de terror, ¡leñe!, el pez me estaba hablando. Me preguntó que si yo era El Principito, me sorprendió que no me reconociera, creía que todo el mundo había visto mi perfil de influencer en instagrez alguna vez en su vida, pero no, no tenía ni idea de quién soy. Por un rato el pececito me cayó mal, pero pudo conmigo la gama de color que se había pintado y pasé a un estado como de enamoramiento. Chungo, pensé, esto no me gusta, parecía una de esas situaciones en las que yo acabo perdiendo toda mi dignidad y mi honra, como tantas otras veces en mi vida. Pero es que era monísimo el pececillo y con esa vocecita fue cautivando mis entresijos, entretelas y entrecarnes. No, le dije, no soy El Principito, soy Vardulio González y he venido a salvarte. Me dijo que estaba equivocado, que él era Holacanthus Ciliaris y que era él el que me iba a salvar a mí. Entramos en un debate para besugos acerca del poder de salvación de cada uno, hasta que nos entró un poco de hambre y sueño. Me ofreció yacer con él debajo de su piedra, pero no me hizo toda la ilusión que yo pensaba, me dio vergüenza, porque es que en los desiertos se ve todo. Yo le ofrecí alojarse en mi botella de agua, me miró como si estuviera ofreciéndole el alquiler de un zulo a precio marbellí, pero aceptó.

Lo puse en mi mesilla junto a la cama.

Y esta mañana, con la resaca, me he bebido la botella y sospecho que me he tragado al pez, porque ya no oigo su vocecita de enamorado.

No vuelvo a ir de paseo por el desierto. Estoy de duelo.

Marisol González

Foto: Holacanthus Ciliaris, Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales

Nebulosa cerebral iluminada

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¡Aquí Houston, tenemos un problema!

Después de haberme comido todos los roscones, turrones, doradas y mariscos del primer mundo, tras haber visitado todos los arcos de luces, angelitos y cantado a gritos los villancicos herejes, he de confesar que estoy desubicada.

Mi cerebro nebuloso no logra apagar todo ese esplendor, ni siquiera mi trabajo ha eclipsado esa luz epileptógena.

Muy de mañananita me siento en mi consulta a ver pacientes que sospecho que no han hecho el máster de pandemia, porque siguen viniendo a que yo vea lo bien que tosen encima de mi mesa y a que les descubra ese maravilloso objeto que marca la diferencia entre la fiebre subjetiva y la objetiva, el termómetro.

Dicen que hay que volver a ponerse la mascarilla, pero es que yo nunca dejé de ser un apéndice de la misma. Ha seguido siendo un displacer necesario trabajar en agosto con tan preciado atuendo bucal, perdón buconasal.

Pero ni siquiera el hecho de que los virus se agolpen como orcos a la puerta de mi consulta apaga esa luz. Aún tengo las campanillas y los brilli-brilli metidos en el cráneo.

Que nadie se llame a engaño, aunque siga pareciendo protagonista de «Qué he hecho yo para mereces ésto», por dentro estoy rellena de muchasluces, muchaalegría y muchoamor, bueno y de fruta escarchada. Combino las ojeras con espumillones y cánticos, como el que va al mercado a por lubina, boletus y Aperol.

¿Se han acabado ya todas las guerras, terremotos y olimpiadas políticas?

¿Puedo apagar ya la luz, puedo volver a ser vulgar y aburrida?

Que alguien me devuelva mi encefalograma plano, por favor.

Msol

El ictiopondrio maldito

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Nononononon, que estoy hartita de ir a la compra y que me den gato por liebre, como si yo fuera tonta, que ya sé que lo de mi alopecia hace pensar que tengo el cerebelo donde tendría que estar el cerebro, ¡pero no!, ¡no señor!, que a mí me dieron un premio en el colegio por inventar un sistema para que no chirríe la tiza en la pizarra, que estoy hasta las napias de que me gitaneen, que si yo he pedido anguila para cocinarla en su propia tinta, no sé por qué tienen que colarme ictiopondrios en la bolsa, que luego van y te lo ponen todo perdido. Pero es que el ictipopondrio que me dieron el otro día en el mercado de la Buena Vista era el colmo. Me dejó todo el sofá lleno de huellas de sus patitas y se comió la maceta de violetas africanas en 5 décimas de segundos, luego se tiró a la cisterna del WC y se puso a nadar con todo desparpajo, a sus anchas. Y mis amigos que iban a llegar en tres cuartos de hora y yo sin hacer la comida. Cacé o pesqué al bichejo, que la verdad es que ya no sé lo que hice, porque me obligó a correr por toda la casa, el portal, la portería, el patio de vecinos y el almacén de bicis, que ya iba boqueando él, buscando agua aunque fuera de estanque, y ya iba boqueando yo, porque me pesan los kilos, bueno y los años, porque no bebo agua mineral, pero al final cayó en mis redes, o mejor dicho en la espumadera y lo tiré a la sartén que ya estaba con el aceite humeando. Me dio un poco de pena el pobre animalejo, pero es que la comida de primeros viernes de mes con mis amigos es sagrada. Antes íbamos a hacer novenas.
Imágenes creadas en bing con IA por Marisol González

Te veo muy quemada

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Querida mamita, te veo muy quemada, hecha cenizas.

Se acerca el día de los Difuntos, más conocido como aldíasiguientedeHalloween, y nos gustaría ir a esparcirte por donde tú querías, aunque cueste una multa que sabemos que tú no estarías dispuesta a pagar. Somos conscientes de que el señor multador sería capaz de darte dinero para que le dejaras descansar de tus argumentos cargados de orgullo maternal.

Tú te habrás muerto de cuerpo, pero yo te sigo viendo en el aire, en la luz, en la vida, sobre todo en tus plantas, que son tan retorcidas y tan raras como yo, pero que están echando unos capullos muy bonitos, como los que se acercan a mí para luego irse. Esas plantitas que regabas con tanto mimo y perseverancia, como hacías conmigo, mientras yo me parapetaba en mi adolescencia rebelde, recurrente e indurada como fósil de trilobites. Ahora las he heredado yo y las riego con el mismo mimo y cabezonería que tú. Me miran con un ligero aire de desamparo, pero saben que no tienen más remedio que dejarse cuidar por mí.

Es tu misma mirada, la de cuando estuviste muy muy malita y todo fue muy muy largo y desesperante. Con las gafas de concha y cristales que te agrandaban los ojos pidiendo ayuda, algo que jamás habías necesitado de mí.

Te recuerdo, activa, rápida, incansable y creativa, en aquellos tiempos en los que aún tus tres patitos íbamos detrás de ti con la lengua fuera. Siempre tan bien vestida y peinada, con esa colección de zapatos preciosos que solo tú sabías encontrar. Haciéndonos ver un mundo cargado de paisajes amplios con muchos caminos. Soy quien soy gracias a tu tesón ayudándome a encontrar un camino tan tuyo como mío. Has sido mi escultora, mi artista, a pesar de mi empeño en deshacerme una y otra vez, rompiéndome de forma dolorosa. Bueno a mi padre, tu maridito, también hay de dejarle un buen trozo del pastel del trabajo, pero eso espero contarlo dentro de unos cuantos años.

La mirada esa, la que me ha hecho reconciliarme contigo, recorriendo un camino tan duro y triste, la que despertó mi piedad, esa sensación agridulce que te desgarra por dentro. Esa forma de ponerte en mis manos, tú, un ser tan independiente, me desarmó de muchas corazas, me hizo sentirme muy frustrada e impotente por no poder hacer nada más por ti y nos dejó huérfanas a las dos.

Aunque, ya te digo, hoy te veo muy quemada, hecha cenizas, pero te siento sonriendo a esos capullos. Y me entra una alegría loca, ya sé que siempre estarás aquí.

Tu hijita

Msol

Mister Je

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Dedicado a Ce

 

– ¡Juanito!, ¡haz el favor de levantarte ya de una vez! – truena la voz de su madre.

El chico abre un ojo y, además de oír la tormenta en el ceño de su madre, ve el sabor de la naranja exprimida que le espera en la mesa grande de la cocina. Es un lirón y lo de despertarse cada mañana tiene aroma de batalla napoleónica.

Por fin, tras desperezarse tantas veces como un gato en sus siete vidas, salta de la cama y hace su peregrinación de todos los días. Se asoma primero a la terraza para oír la orquesta de verdes del jardín que está allí abajo, junto a la piscina, el aire le sabe a cloro, solo de pensar en el chapuzón que se dará cuando ya caliente el sol.

Va al baño y se deleita tanto como le permite la voz áspera de su madre, que rasca como una lija su cerebro.

Se desliza a la cocina, como un león que está agazapado en la selva esperando su caza, y se lanza sobre todos esos colores que van a entrar en su boca para hacer un festival en el estómago. Toca el rojo de la mermelada con el mismo cariño que a su novia. Saben igual.

– ¡Ay, mi Juanito Mozzarella! – le suele decir ella con esos aires de pluma deslizándose por su piel; le llama así porque a él le fascina la pizza como un concierto de Metallica.

Su abuelo, sin embargo, le llama “Mister Je”, por su risa que no se oye, pero se ve. Cuando se comunican con el whatsapp, el abuelito suelta alguna de sus palabras inventadas, con el ingenio de un cañón, espera ese silencio seguido de un “je” y se imagina al chico con la sonrisa de sabor a coco que precede a la risa sorda, en la que sólo se puede tocar ese “Je” que sabe a gloria.

Sale del ensueño por fin, se rompen sus pensamientos con el golpe que le da el café y se da cuenta de que ya va tarde.

Acaba de vestirse sin prestar mucha atención. Se cala la gorra y se encesta como un balón en el uniforme, que tiene tantas manchas y colorines que sabe igual que la mostaza y el kétchup.

Sale al jardín y vuelve a tocar de un vistazo los pajaritos que huyen despavoridos. Se monta en la bici, que tiene algunos añitos y algo de óxido, y se va a la pizzería a trabajar.

Por el camino va silbando, y tarareando canciones con aroma a moto. Se acuerda otra vez de su novia y carraspea su canción favorita: “A mí me gusta la mozzarella, la mozzarella, la mozzarellaaaaaaaa…”.

Deja un reguero de vida por donde va pasando y su olor a sonrisa de coco saluda a los conocidos, sin ruido, para no despertarlos del todo.

 

Marisol González

Mi Santo Sky

No, no os riáis, porque todo esto es muy serio y muy trágico.
A ver, probando, probandooooo, ¿funciona bien el micrófono?… sólo quería decirte que, pasar de hablar contigo a hablar con una dura lápida, no es lo mismo. Es que no estoy segura de que los cipreses sean resistentes a todo esto, me acuerdo más de los robles, se parecen más a tí. No sé si quiero tampoco traerte una corona de flores, prefiero las malas hierbas, que siempre fueron tus compañeras.
Todavía te recuerdo con tus infusiones soltando discursos de sus beneficios, para lo que ya no tenía remedio. Me hace sonreír. Tu vehemencia, hasta para morirte, era digna de litros de literatura o de aguardientes malos, no estoy segura. Mira que eras egoísta, siempre ocupando espacio, hasta me robaste aire, ¡mamón!, tu dificultad para respirar me dejaba boqueando, aunque también boqueaba como los peces cuando me robabas la respiración en esos colchones amorosos.
Mira que no dejarme incinerarte muerto, sólo pude incinerarte en vida mirándote a largo plazo. Y luego me dejaste con el deseo de la purificación del fuego.
Que no voy a seguir hablando contigo, te tengo castigado en un mundo que no sé dónde está, mejor voy a seguir hablando con tu lápida, pétrea como tú.
Te recuerdo calvito, caquéxico y frágil, pero no había más que mirarte para comprender que eran puras apariencias. Lo de consumirte sólo se te daba bien cuando luchabas por ese mundo utópico en el que las personas aún no habían perdido toda su dignidad. O cuando tocabas el contrabajo, mirando a un suelo sin fronteras.
No os riáis, que voy a dejar una mosca, en vez de flores. Una vez me dijeron que las moscas tienen un genoma casi humano. No, si al final me transmutaré en libélula, a ver si ligo contigo otra vez en cualquier bar de libaciones happy hour.
Eres tan egoísta que hasta para morirte fuiste el primero.

En la casa del aire

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En la casa del aire no hay vendavales, así que para moverme no puedo utilizar mi camisón blanco a modo de vela. No tengo más remedio que caminar pisándome la tela y con la sensación de que me voy a caer en cualquier dirección. Llevo los pelos levantados, sin gravedad, como una loca alucinada a la que le acaban de administrar un electroshock y una taza de colacao caliente para que no me pierda, como una brújula que me permite encontrar mi centro.

No hay ventanas ni rejas en la casa del aire, sólo reflejos de aguas que tamizan el sol. Y voy pensando de un lado a otro, presionando teclas con los dedos gordos de los pies, teclas que me encuentro por todas partes, en el suelo que no existe, en el techo que ha volado, en las esquinas que no se tuercen.

Alguien me dice una palabra y comienzo a volar, como un fantasma de película de terror barata, apretando teclas que construyen un relato, formando un marco, fabricando un cuadro de esa palabra.

En la casa del aire no se me encuentra, porque yo también me deshago en partículas de oxígeno en cuanto se me roza.

La Niña el Mar Muerto

 

Mari Luz se levanta a veces como la proa de un barco cabeceando hacia el sol de levante. Se desliza descalza, navegando sobre las losas del pasillo, hasta el espejo del baño. Se reconoce, siiiii, claro que se reconoce, se ve con los ojos miopes y se adivina tan borrosa como es realmente todos los días, antes de poner en marcha el despertador interno.

Hoy ha entablado una conversación de gestos muy especial con el espejo. Se ríe al mirarse desgreñada, se va lavando los dientes como puede, porque casi se ahoga con la mezcla de la risa y la pasta burbujeando en esa boca de león mañanero. Cada vez que se acuerda del piropo que él le dijo ayer, se monda. A ratos se le escapan lágrimas de felicidad al imaginarse la escena, como cuando una Miss recibe su corona en el escenario.

– Anda niña, que eres mu salá- le dijo Paco a la oreja – más salá que el Mar Muerto.

Ella estalló en un río de carcajadas y se imaginó a sí misma con varias peinetas, bata de cola y tacones rompiendo un tablao.

– Sí, soy La Niña el Mar Muerto- respondió con tono agridulce- y voy a cantar por peteneras todos los amaneceres.

Por un momento se le vinieron las tristezas de muchos años a ensombrecer su garganta. Pero no le duró mucho, y recuperó la voz de ocarina tierna, porque se imaginó flotando en las aguas del Mar Muerto, más densas que ella, con más sal que su estatua. Iba como en un flotador, girando divertida, chapoteando con pies y manos, sin prisas.

Y se sintió flotando sobre un mar de mariposas.

 

me_laciter Me Lacíter