
Hoy hace ochenta años nació José Luis Villaveces Cardoso, mi padre.
Aunque desde 2019 siguió por otros rumbos, y nos dejó a sus 73 años, veo esta fecha como un motivo de celebración por la vida increíble e impresionante de un ser que nos trajo mucha luz, muchas preguntas, mucha ironía, mucha belleza.
No pasa un solo día desde su partida en que no tenga yo algún tipo de diálogo mental con él. Que se trate de un tren de Viena a Praga, de un barco de Nápoles a Palermo, de un cuscús trapanese en Sicilia y las menciones a Ettore Majorana en Erice, de un templo árabe-normando palermitano, siempre anda por ahí.
Y, naturalmente, cada vez que atravieso el campus de la Universidad Nacional, cada vez que veo el edificio de Química – pero también cada vez que me encuentro con los intríngulis de la burocracia universitaria (en cualquier universidad del mundo), intríngulis que él muchas veces supo desarmar con suavidad y elegancia, con ironía e inteligencia, ahí está él (y más ahora que ando por un tiempo en plan de aprender a mover cosas en nuestro Departamento de Matemáticas).
Pero más allá de todo eso, al hacer matemáticas, de manera extraña. Lo dijo mi gran maestro Xavier Caicedo cuando, pocos años antes de morir, dio mi padre una conferencia magistral en la Academia de Ciencias: ¡su papá en realidad piensa como un matemático! Claro que sí – para mí era obvio eso desde que empezó a buscar, siendo adolescente yo o estudiante de pregrado, usar topología algebraica para entender la estructura química, para entender qué significa realmente una reacción.
Hoy escucho a Franco Battiato (otro gran ser nacido en 1945, que nos dejó hace cuatro años), el impresionante cantautor/compositor/pintor italiano, de Catania – escucho el concierto que dio Battiato en Bagdad en 1992, en árabe, italiano, francés, alemán, inglés – y me es imposible al escuchar esos idiomas no evocar la presencia constante de tantos idiomas en la biblioteca maravillosa de José Luis Villaveces. Battiato nacido en 1945 cantando en Bagdad en todos esos idiomas sobre tantos temas – el sonido del mundo – me parece una perfecta evocación de José Luis, mi padre, nacido el 14 de septiembre de 1945, que nos trajo tantas maneras de ver, de imaginar, de repensar lo ya pensado, de enfrentarse a aprender tantos idiomas.
Recuerdo un viaje a Italia que hizo (a un congreso; le tocó volarse pues el permiso de comisión tenía que subir en los años 80 hasta presidencia de la república – esa vez primó su verdadera responsabilidad científica sobre las mezquinas responsabilidades burocráticas del momento), trajo muchos libros, mucha música. Unos libros en italiano para aprender árabe. Yo en último año de colegio. Nos sentábamos a hablar de matemáticas y química, del mundo – y a tratar de empezar a aprender árabe, en italiano, mientras tomábamos té fuerte para mantenernos despiertos. Eso era José Luis Villaveces. Nunca llegamos a aprender árabe, pero la apertura del momento estoy seguro que me llevó luego al hebreo, al poco de finlandés que he podido recoger, y más recientemente, al estudio sistemático del muisca.
En julio y agosto pasado pude hacer un viaje impresionante, a celebrar los 80 años de mi super-gran maestro de Jerusalén, Saharon Shelah, en Viena. Pude ir con dos de mis estudiantes de doctorado a un congreso de maravilla en esa ciudad, el Logic Colloquium. Para mí fue una celebración de la vida, de las vidas, de la vida de mi padre y la de Saharon Shelah, ambos nacidos en 1945, Shelah felizmente aún con nosotros aquí. Poder trabajar por unos días con Shelah y con uno de mis estudiantes de doctorado trajo misteriosamente conexiones con mi padre. Y ver la Secesión en Viena de nuevo con mi estudiante, la Secesión que fue mi cuadro de despedida a mi padre en enero de 2019. El viaje luego continuó con tren a Praga, a hacer matemática condensada, y luego ida a Helsinki y Kukkaniemi en Finlandia a seguir trabajando en conexiones entre sintaxis y sintáctica en clases elementales abstractas y lógica infinitaria. La estructura del mundo, como en la conferencia de José Luis en la Academia. Y luego Italia con María Clara: Roma, Nápoles y Sicilia, evocando a cada minuto muchas vidas pasadas bellas, muy centralmente la de José Luis que también hizo ese viaje en 2005.
Hoy quiero pensar en mis hermanas maravillosas, María Piedad y Juanita – que comparten conmigo la vivencia de haber crecido con José Luis y con Kathy, nuestra madre que supo apoyar durante dos décadas y media los caminos siempre experimentales de su entonces joven y muy energético esposo. Les dedico estas notas a ellas.















































































































































































































































































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